domingo, 15 de noviembre de 2015

De políticas chamánicas y exploradoras


Siempre he pensado que la política pública debe fundamentarse en evidencia empírica. En alguna medida, al menos. Evidencia sobre los sistemas (social, económico, natural, político) sobre los que la política pretende intervenir. Algunos autores como Steven Pinker han argumentado que el avance de la política pública basada en evidencia empírica (evidence-based policy en inglés) es uno de los grandes logros de la gestión pública en las últimas décadas.

Pensemos en el problema que pensemos, siempre parece necesario contar la evidencia empírica adecuada. Si, por ejemplo, pretendemos mitigar el problema del cambio climático, no hay duda de que necesitamos la mejor evidencia empírica sobre el clima global, así como sobre las soluciones disponibles para reducir las emisiones de gases invernadero. De la misma forma, si necesitamos hacer frente a un problema de salud, un problema social, económico o relacionado con el bienestar de las personas, necesitamos la mejor evidencia sobre la salud, la sociedad, la economía o el bienestar humano. La cuestión es que la mejor evidencia suele provenir de la investigación empírica, de la ciencia, sea esta natural o social. También, de los profesionales que experimentan, innovan en estos ámbitos.

El desarrollo de la política pública implica, claro está, otros elementos no relacionados con la evidencia sobre los sistemas naturales, económicos y sociales. La generación de soluciones y la implementación de las mismas dependen de un conjunto de habilidades como el liderazgo, la búsqueda de consensos, la cooperación o la motivación. Las soluciones políticas dependen también de un conjunto de engranajes políticos, de las reglas del juego, de la ley. Pero en última instancia, cualquier política determinada tiene un efecto sobre la realidad.

Lo interesante es que incrementar el papel de la evidencia en el diseño de la política pública conduce, de alguna manera, hacia el centrismo político. Existe una relación profunda entre el modo de funcionamiento del pensamiento basado en la evidencia empírica sistemática y la moderación política.

La emoción política, las ideologías, la retórica, suelen conducir al tremendismo. Obligarnos a prestar atención a la evidencia, a contrastar hipótesis alternativas, a pensar en la multicausalidad, suele conducir a la moderación y el pragmatismo.  

En el interesante libro del investigador Víctor Lapuente, la distinción entre moderación, pragmatismo y radicalidad e ideología, es retratada a través de la distinción entre chamanes y exploradores. El político e intelectual chamán es monocausal, radical, promete soluciones mágicas, sabe insuflar grandes expectativas en la población. El político y profesional explorador trata de mantener una aproximación moderada y pragmática al diseño de las políticas públicas, promete reformas y mejoras incrementales, usa el consenso y la conversación. Todo hace pensar que las sociedades dominadas por líderes, intelectuales y profesionales chamánicos tienen un resultado más pobre que las sociedades dominadas por exploradores.  

Un buen ejemplo, quizá, de política chamánica es la política del hijo único implementada en China desde hace décadas. La evidencia es controvertida y pasarán décadas antes de que podamos observar sus efectos. Pero algunos autores sospechan que esta política mágica, promovida por la tradición intelectual neomalthusiana, en ocasiones más cerca del chamanismo que de la investigación empírica, han tenido consecuencias muy negativas para la sociedad china.  

Por supuesto, el papel de la evidencia empírica en la política pública está sometido a numerosas limitaciones. Los procesos políticos son complejos y raramente siguen una lógica lineal desde la evidencia a la acción (aunque en el caso de la política del hijo único parece que así haya sido). Pero sabemos que la mala evidencia empírica es peor que la buena. Y que las pequeñas ideas y soluciones suelen ser más seguras que las grandes soluciones.

sábado, 19 de septiembre de 2015

Tres libros fundamentales para la sociología


Este año he tenido la oportunidad de leer tres libros fundamentales sobre el mundo social.

El libro de Steven Pinker, Los ángeles que llevamos dentro. El declive de la violencia y sus implicaciones, un detallado ensayo sobre las causas psicológicas, sociológicas e históricas del declive de la violencia en las sociedades modernas. 


El libro de Daron Acemoglu y James Robinson, Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, libro divulgativo sobre el origen de la pobreza basado en las investigaciones de estos autores sobre el papel de las elites y las instituciones en el éxito y el fracaso de una sociedad. 


El libro de Jonathan Haidt The Righteous Mind: Why Good People Are Divided by Politics and Religion (no existe traducción al español), también un libro divulgativo sobre psicología y sociología de la moral. 


Algunas de las ideas expuestas en los tres libros son controvertidas. Pero creo que, a grandes rasgos, los tres libros poseen una tesis sólida, basada en evidencia empírica y con altas dosis de claridad de pensamiento. Así que ahí van algunas ideas fundamentales:


En los últimos cinco siglos se ha producido un declive dramático de todas las formas de violencia en las sociedades. Es lo que Pinker denomina el “proceso de pacificación”. Se calcula que un 15% de los individuos en las sociedades prehistóricas fallecía a manos de otra persona. Esta tasa se redujo al 5% en las sociedades estatales y a menos del 3% en la Europa del siglo 17. En las sociedades europeas actuales, la probabilidad de fallecer asesinado es de apenas el 0,003%. El declive de la violencia ha afectado a todos los órdenes de la vida social, desde el castigo a los delincuentes hasta el trato a los animales.


Las causas de este declive se encuentran en la interrelación de diversos factores socio-históricos y su interacción con nuestras tendencias innatas: la aparición del estado en las sociedades agrícolas; el proceso civilizatorio, que implica, como viera el sociólogo Norbert Elias, la consolidación del estado moderno y el comercio y que se traduce en un mayor control de los impulsos entre los individuos; la “revolución humanitaria”, iniciada por la ilustración europea y favorecida por la imprenta, la alfabetización y el incremento en los niveles de inteligencia analítica entre la población; y procesos producidos durante el siglo XX como la “larga paz” o la “revolución de los derechos”. Una estupenda recensión de Peter Singer para el New York times puede leerse aquí




La causa última de la riqueza o la pobreza de las naciones reside en el grado en que las instituciones políticas y económicas de una sociedad son extractivas o inclusivas. Esta es la tesis central de Por qué fracasan los países. Las instituciones inclusivas centralizadas permiten que los individuos trabajen con libertad y seguridad para aumentar su bienestar, lo que favorece la innovación tecnológica y social. Las instituciones económicas inclusivas que fomentan la propiedad privada, hacen cumplir los contratos, crean igualdad de condiciones y fomentan y permiten la creación de nuevas empresas generan innovación y progreso. Las instituciones políticas inclusivas, que no excluyen a ningún grupo social y que invierten inteligentemente los beneficios de la riqueza, se retroalimentan con las instituciones económicas inclusivas, generando círculos virtuosos de prosperidad a largo plazo. Por el contrario, las instituciones extractivas, ejemplificadas en las sociedades esclavistas, pero también en cualquier forma de sociedad clientelar, no inclusiva, imposibilita cualquier forma de innovación, relegando a la sociedad a un círculo vicioso de pobreza e inestabilidad política. 


La moral, o mejor dicho, los sistemas morales, no son una mera construcción social, religiosa o filosófica, sino un conjunto sociobiológico de valores, virtudes, normas, prácticas, identidades, instituciones y mecanismos psicológicos evolucionados que trabajan para suprimir o regular el auto-interés del individuo y hacer las sociedades cooperativas posibles. Las intuiciones morales son anteriores al razonamiento estratégico. La moral es, en gran medida, innata y el razonamiento moral suele ser resultado de racionalizaciones posteriores. Los sistemas morales refieren a seis dimensiones universales: el cuidado-daño a los otros, la justicia-engaño, la lealtad-traición, la autoridad-subversión, la santidad-degradación y la libertad-opresión. Cada cultura configura un sistema moral en torno a estos elementos universales. El que los individuos de una comunidad, grupo social o sociedad compartan un código moral resulta en una “tribalización” de los individuos, que quedan moralmente cegados frente a los códigos morales compartidos por otros grupos o sociedades. 


Creo que los tres libros son altamente importantes para la comprensión del mundo social. Son libros llenos de buenas ideas, que nos permiten comprender un poco mejor el funcionamiento de nuestras sociedades. Los tres libros se caracterizan por integrar hallazgos de disciplinas diversas como la psicología, la sociología, la historia, la ciencia política, la economía o la antropología. Merecen todos ellos una lectura detenida.

sábado, 9 de mayo de 2015

Las redes sociales nos hacen más inteligentes


Nada manifiesta mejor la profunda conexión entre nuestra vida cerebral, mental y social como el fenómeno de las redes sociales. Dice Alex Pentland en este interesante TED que nuestras redes sociales, nuestras conexiones con otros individuos, nos hacen más inteligentes. Se trata de un titular útil para llamar la atención. Pero resulta algo impreciso. Las redes sociales no nos hacen más inteligentes; ni menos inteligentes. Sencillamente, nos hacen. Las redes sociales son la expresión de nuestra naturaleza sociobiológica.


El desarrollo de nuestro cerebro depende en gran medida de nuestra relación con progenitores, cuidadores y pares. Nuestra actividad mental, nuestro nivel de bienestar emocional como adultos depende, también, de nuestras relaciones personales, del tipo, frecuencia y calidad de las mismas. Nuestra capacidad para el éxito, para generar e implementar ideas, para alcanzar nuestras metas, dependen, en gran medida, de nuestro capital social, de nuestras redes sociales. La salud de las comunidades y sociedades, la capacidad de producir riqueza e innovación, la eficacia colectiva, la capacidad para luchar contra elementos indeseados y para favorecer el progreso social de una sociedad dependen del tipo de relaciones que establecen sus miembros individuales y colectivos.



Alex Pentland, investigador del MIT y autor de Señales honestas ha investigado durante años las señales que transmitimos los individuos en nuestra interacción en grupos humanos y organizaciones. En este otro TED comparte algunas ideas interesantes. Pentland habla de implicación en una red social (los famosos vínculos fuertes y sus conocidos efectos protectores), pero también refiere a la idea de exploración en la red social, de conexión con vínculos débiles, de búsqueda de nuevos contactos sociales.

Implicación y exploración en las redes sociales son dos elementos esenciales para el óptimo funcionamiento de nuestro cerebro, tanto de adultos como de niños.

Es en este sentido en el que podemos argumentar que las redes sociales nos hacen más inteligentes. La exploración fuera de nuestro círculo social íntimo juega un papel fundamental en la adquisición de nueva información. La exploración social es un elemento clave en la innovación, en la combinación de ideas, en la generación de nuevas oportunidades. En este sentido, como afirma Andrea Kuzwenstein en este interesante editorial en Scientific American, el networking es uno de los 5 elementos que pueden incrementar tu potencial cognitivo.

Al exponerte a nuevas personas, ideas y entornos, te abres a nuevas oportunidades para el crecimiento cognitivo.

En definitiva, resulta sorprendente el poder de las redes sociales y el capital social en el funcionamiento de nuestro cerebro, nuestra mente y nuestra sociedad. Dejo otra interesante lección sobre el capital social del investigador Nicholas Christakis. Y el vínculo al blog de mi amigo y colega Julián Cárdenas sobre redes sociales.



domingo, 26 de abril de 2015

La depresión, ¿una enfermedad de la civilización?


Nada ejemplifica mejor nuestra naturaleza sociobiológica como la depresión. Genes, neurotransmisores, procesos mentales, estilos de vida, contextos sociales y ambientales están todos ellos implicados en este debilitante trastorno. Tener una predisposición innata a la depresión favorece la aparición de este trastorno en la misma medida que el aislamiento social, la rumiación, la pobreza, determinados eventos vitales o llevar una vida sedentaria. La depresión es una respuesta del cerebro a un conjunto de procesos interrelacionados que van desde el gen a la estructura social.

Pocos investigadores explican con tanta claridad la génesis biológica, psicológica, conductual, social y cultural de la depresión, así como sus posibles soluciones, como Steven Ilardi (TED). Para este investigador, la aparente “epidemia” de depresión clínica (niveles cercanos al 20% en las sociedades avanzadas) es la respuesta de nuestro cerebro al estrés psicológico producido por un entorno y un estilo de vida frenético, exigente, sedentario y con un mayor aislamiento social.




Ilardi refiere al trabajo del antropólogo Edward Schieffelin en las comunidades de Kaluli en Nueva Guinea. Este investigador estimó que la prevalencia de la depresión en estas comunidades pre-agrícolas era muy inferior al 1%. Estaban protegidos frente a la depresión. ¿Qué hacían los Kaluli? Bueno, la vida era tremendamente exigente desde el punto de vista físico y material. Los individuos de estas comunidades estaban expuestos a todo tipo de parásitos, a la violencia física, a la intermitencia en la alimentación o la alta mortalidad infantil. Pero su estilo de vida reducía el aislamiento social, la dieta basura, la inactividad física, la privación de sueño y promovía la actividad al aire libre y las actividades con sentido.

Ilardi, que dirige un programa de intervención en la Universidad de Kansas, propone introducir seis cambios en nuestro estilo de vida: más ejercicio físico (al menos 30 minutos de actividad moderada tres veces a la semana), pasar más tiempo en actividades con otros individuos, consumir más ácidos grasos omega-3, reducir la rumiación a través una mayor implicación del individuo en actividades con sentido, aumentar la exposición al sol y dormir más. Es decir, tratar de incorporar en nuestro estilo de vida ciertos elementos del estilo de vida de las sociedades pre-agrícolas (cabría preguntarse si esto es realmente posible).

El trabajo de Ilardi y de Schieffelin, así como el de cientos de investigadores en este ámbito, parece mostrarnos que la profunda transformación del entorno social que ha beneficiado a la gran mayoría de la población mundial, ha tenido como consecuencia no deseada el incremento en cierto tipo de estrés mental crónico que en determinados individuos, con una determinada predisposición innata, se puede traducir en episodios de depresión. Al contrario que nuestros antepasados, nuestra vida se desarrolla ahora en un entorno biofísico sencillo y predecible (basta abrir la nevera para conseguir nutrientes y agua), pero también en un entorno psico-social más complejo e impredecible, con oportunidades y expectativas multiplicadas, y sin el cuidado protector de la comunidad.

Trabajos como el de Ilardi ayudan a tener una perspectiva más global del problema de la depresión, así como una mayor esperanza en su solución.  

sábado, 18 de abril de 2015

Matt Ridley sobre el progreso social

La cuestión del progreso social resulta siempre apasionante y controvertida. Ian Morris ha escrito un interesante análisis del desarrollo social de Oriente y Occidente en los últimos milenios. A medida que avanzan en su desarrollo, las sociedades hacen frente a nuevos problemas. A veces fracasan en la solución de los mismos. Pero a veces tienen éxito y progresan en su desarrollo social. En los últimos 500 años, el progreso de la sociedad mundial ha sido formidable. Y en los últimos 50 años, a pesar de las crisis y recesiones, el progreso ha continuado para la mayor parte del mundo.

Pocos han sintetizado mejor nuestra formidable capacidad de progreso social como Matt Ridley, autor de Optimista racional. En esta conferencia resume con claridad uno de los motivos del progreso de todas las sociedades: la aceleración en el intercambio de bienes e ideas.



En este otro vídeo, Matt Ridley nos muestra cómo, a pesar de la degradación ambiental de los últimos 200 años, el progreso social y económico ha permitido mejorar buena parte de nuestros indicadores medioambientales. El mundo es más verde que nunca. Producimos más alimentos que nunca con una menor necesidad de tierra cultivable. Y, si tomamos buenas decisiones y no invertimos en opciones defectuosas (como los biocombustibles de primera generación), hay serias razones para el optimismo.




domingo, 12 de abril de 2015

Qué es lo que realmente nos divide?


Nuestras divisiones políticas no siempre se deben a intereses contrapuestos, sino que, en muchas ocasiones, son originadas por nuestro cerebro tribal, por nuestra mente coalicional. Nuestra mente está preparada para dividir entre “nosotros” y “ellos”, y para utilizar las ideas y el razonamiento para vencer en disputas con los “otros”. Nos sentimos progresistas o conservadores, de izquierdas o de derechas, del bando A o del bando B. Pero, ¿realmente son las ideas las que nos dividen?

Veamos. La izquierda defiende la igualdad y la justicia social. Pero, ¿quién no desea vivir en una sociedad socialmente justa? Los estudios empíricos muestran que la mayoría de los individuos prefiere vivir en sociedades con poca desigualdad. Los liberales defienden la libertad. Pero, ¿quién no querría vivir en una sociedad libre? La gran mayoría de los individuos valora la libertad. El comunitarismo defiende la importancia de la comunidad y de ciertos valores comunitarios como el respeto a los otros, la ayuda o el altruismo. ¿Quién no defendería tales valores?

Las ideas y los valores importan. Pero nuestras diferencias (medidas estadísticamente) son menores de lo que pensamos. Nuestro cerebro tribal nos hace creer que nuestras diferencias respecto a ciertos valores importantes son mayores de lo que realmente son.

La investigación del profesor de psicología social Jonathan Haidt ilustra muy bien estos mecanismos. Uno de sus escritos más conocidos es The Righteous Mind: Why GoodPeople are Divided by Politics and Religion

El texto del profesor de sociología Amitai Etzioni La tercera vía hacia una buena sociedad: propuestas desde el comunitarismo es una muy buena introducción a las bases de una propuesta de política social conciliadora y centrista.